miércoles, 12 de mayo de 2010

Bitácora del Navegante de Pegaso-Día 3 (en los límites del brazo)

Miro por el ojo de buey al vacío mientras mi cuerpo excreta el último desayuno. El brazo robótico acompaña el acto íntimo frente a mí, dándome coordenadas e infinidad de datos cosmológicos. No hay revistas y extraño el papel. No sé dónde me encuentro, pero esa era la intención cuando Derman y yo decidimos buscarnos a nosotros mismos mediante este viaje caótico, introspectivo y loco. 'La Sustancia' ayuda, por supuesto: clona cada célula apagada, se reinventa, suelda este o aquel tejido avejentado y me mantiene como hace...¿cuánto? ¿cientos? ¿miles de años? No puedo decirlo. Aquí sigo, flotando dentro de una aleación increíblemente duradera, con el mismo aspecto que cuándo salí. Derman no pudo soportarlo. Lo entiendo. Quizá logró leer la fórmula en los astros, en la oscuridad que nos rodeaba, quizá se dio cuenta de que no había nada más que buscar, y que, en realidad, estamos mucho más que solos. Lo vi alejarse y desaparecer como tragado por una gran boca sin perfil e infinita, la de este universo, mientras me sonreía antes de asfixiarse por completo. Mi mano contra el cristal lo llamó egoista entretanto se hacía más pequeño, menos comprensible contra el tejido estelar, más 'nada'. Se había desembarazado de la gran pregunta, había trascendido el sufrimiento, se cansó de mirar.

He proyectado el flujo de los relés cuánticos para que la nave juegue con la deriva mientras disfruto cómodamente del viaje. Entramos hace pocas horas en uno de los brazos de radiación que lindan con el horizonte de la nebulosa, pero todavía falta saber si hay algún tipo de fluctuación gravitatoria tras el telón lumínico. Un agujero negro podría estar dándose un atracón más adelante y no quiero que me pille por sorpresa; si lo veo venir, al menos podré disfrutar del espectáculo.

No he sabido nada del polizón, pero sé que sigue ahí. Hice el reseteo y, de nuevo, todo está limpio neuronalmente. Es difícil saber si el visitante se manifestará. De alguna manera lo intuyo, lo oigo respirar tras la corteza, pero por ahora no ha vuelto a hablar.

La música empieza a sonar. Una copia química casi perfecta de Jack Daniels destilada por la IA me vendrá bien. Desde el altavoz, la amable voz femenina me avisa de lo evidente: "entrando en el flujo de radiación". 

Cierro.


Sonando en mi nave

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